viernes, 23 de mayo de 2014

23 de mayo: luto en las letras españolas


                Con 65 años, el 23 de mayo de 1627, por la tarde, “media hora antes de la oración”, moría en Córdoba, en unas casas de la plaza de la Trinidad, el Príncipe de los poetas líricos de España, el racionero don Luis de Góngora y Argote. Fallecía desmemoriado y en la práctica pobreza, después de una intensísima vida en Córdoba, en la Corte y aún por toda España, llena de tantos odios como de reconocimientos.


Retrato de don Luis de Góngora, pintado por Velázquez en 1622, considerado el original de sus retratos, desde 1931 se encuentra en el Museum of Fine Arts de Boston


                Había nacido en la capital cordobesa el día 11 de julio de 1561, bautizado al día siguiente en la Catedral, siendo hijo de don Francisco de Argote y de doña Leonor de Góngora. Estos pertenecían a la más notable oligarquía cordobesa de tiempos de la Reconquista, aunque si bien con una ascendencia familiar materna con fama de conversa –hoy ya demostrada- que le granjeó no pocas maledicencias durante su vida. Su parentela se enmarca, pues, dentro del patriciado urbano que gobernaba la ciudad y el cabildo catedralicio a finales del siglo XVI, siendo don Luis hermano, primo y tío de canónigos, regidores, caballeros y señores. Aunque tuvo cuatro hermanos, sólo tres llegaron a edad adulta: doña Francisca de Argote, casada con el veinticuatro don Gonzalo de Saavedra; doña María Ponce de León, casada con su pariente don Juan de Argote y de los Ríos; y don Juan de Góngora y Argote, casado con doña Beatriz Carrillo de los Ríos, por donde continuará la casa.


Firma de don Luis de Góngora, encontrada en numerosos documentos de archivo, protocolos, cartas y manuscritos

                En 1575, con 14 años, el joven Luis se encamina a la carrera eclesiástica, en una política familiar realmente anómala ya que él era el varón primogénito de sus padres. Al año siguiente marcha a estudiar a Salamanca donde cursó cánones hasta 1581 donde, en 1580, escribirá el primer poema de que tenemos noticia. Regresado a Córdoba, en febrero de 1585 ingresa como racionero en la Catedral gracias a las influencias familiares, que luego el también reproducirá con sus parientes, sobre todo con sus once sobrinos carnales nacidos de los matrimonios de sus hermanos Francisca y Juan. Su función como sacerdote dentro del Cabildo catedralicio marcaría a partir de entonces su vida; una vida a la que, no obstante, parecía no acostumbrarse como testimonia la multitud de llamadas al orden que el obispo y el Cabildo le hacen llegar por su quehacer poco ejemplar durante las fiestas y ceremonias.


Portada del Manuscrito Chacón, primigenia recopilación y edición de sus obras

                Comisionado en multitud de asuntos por la Catedral cordobesa, viajará a menudo por toda la geografía española (Madrid, Burgos, Alcalá, Álava, Pamplona, Pontevedra, Granada…) hasta que 1611 reparte sus prebendas entre sus sobrinos sin renunciar a su honor de capitular de la Catedral, mientras arrienda para su residencia en Córdoba unas casas en la plaza de la Trinidad de por vida y se enfoca en escribir. En lo sucesivo verán la luz sus más afamadas obras, como Fábula de Polifemo y Galatea (1612), Soledades (1613) o Las firmezas de Isabela (1613).


Poema dedicado a Córdoba, datado en 1585.

Tras la dolorosa muerte de su hermano, en 1617 entiende que ha caído sobre él la responsabilidad familiar y emprende una mudanza a la Corte para quedarse allí por tiempo indefinido. Allí, en el Madrid de Felipe III, conseguirá la merced de capellán de Su Majestad avalado por la celebridad que ya han alcanzado sus escritos en toda España. No obstante, su objetivo era claro: conseguir posicionar a sus sobrinos y allegados lo más alto posible. Y en ello comenzó a gastar mucha más fortuna de lo que la liquidez de los tiempos le permitía, más aún en una vida de Corte volátil y llena de suspicacias políticas. Será además la época de sus afamadas rivalidades con otros escritores coetáneos, la más conocida de todas la mantenida con el otro gran pluma español, don Francisco de Quevedo.


Urna que contiene los restos mortales de don Luis de Góngora, en la capilla y panteón familiar de los Góngora en la Santa Iglesia Catedral, con una lauda sepulcral latina escrita en 1864 por don Luis María Ramírez y de las Casas Deza


                Con la entronización de Felipe IV en 1621 y el advenimiento del conde-duque de Olivares su suerte cambió a mejor, y comenzó a conseguir sus objetivos. Logró obtener dos hábitos de caballero de Santiago para sus sobrinos así como ventajosos matrimonios, pero las noticias de sus cartas revelan que a las alturas de 1625 ha de vender incluso enseres personales para poder comer. Una mentalidad aquella donde honor y ruina iban a menudo de la mano. En 1626 sufre una apoplejía que lo deja totalmente dependiente y ha de dictar testamento ante el temor de no ver ya jamás su Córdoba natal. Pero mejoró lo suficiente para volver a casa, a su vivienda arrendada hacía lustros en la plaza de la Trinidad, donde, como se ha dicho, le vino la muerte el 23 de mayo del año siguiente. Fue enterrado donde le correspondía por derecho familiar, en la capilla de San Bartolomé de la Santa Iglesia Catedral, donde reposan aún hoy gran parte de sus deudos.


Estatua de don Luis de Góngora ubicada en la plaza de la Trinidad, obra de Amadeo Ruiz Olmos, inaugurada el 23 de mayo de 1967


                Nótese la curiosidad de que Góngora no vio editada ninguna obra suya en vida, sino que sus letras y poemas se difundieron copiadas a mano, de corrillo en corrillo y de plaza en plaza. A pesar de ello, en el mismo año de su muerte ya encontramos fiables recopilaciones de toda su producción lírica, siendo el mayor exponente de ello el Manuscrito Chacón. Su obra se divide en poemas mayores y menores, así como tres piezas teatrales.


Placa que conmemora la dedicación del Instituto de Enseñanza Media al genial poeta, en su patio central



                Su prestigio le pervivió años tras su muerte, y sobre todo con las primeras publicaciones impresas de sus obras, pero a finales de siglo su memoria fue diluyéndose paulatinamente. Habrá que esperar al siglo XIX para que su patria chica comenzara a recuperar su memoria, con el establecimiento de su nombre al Instituto Provincial en 1847, y ya en 1862 con la nomenclatura de una calle de la collación de San Miguel en recuerdo de la familia de los Góngora. No obstante, el mayor tributo contemporáneo a don Luis le llegó en 1927, durante el homenaje organizado por José María Romero Martínez en el Ateneo de Sevilla por el tercer centenario de su muerte y en el que participó un gran número de poetas luego aglutinados bajo la “Generación del 27”. En 1932 la ciudad le dedicaba el nombre del Cine Góngora, sobre el solar del antiguo convento de Jesús y María, y el 23 de mayo de 1967, 340 años después de su muerte, el Ayuntamiento ubicada en la plaza que lo despidió del Mundo una estatua en su memoria. En la actualidad una taberna, una hospedería, unas bodegas o un café recuerdan con su nombre la inmortalidad de este príncipe de las letras españolas.


Inscripción que recuerda el día y el lugar de su muerte en la casa en que murió, hoy completamente renovada 





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