Con
65 años, el 23 de mayo de 1627, por la tarde, “media hora antes de la oración”,
moría en Córdoba, en unas casas de la plaza de la Trinidad, el Príncipe de los
poetas líricos de España, el racionero don Luis de Góngora y Argote. Fallecía
desmemoriado y en la práctica pobreza, después de una intensísima vida en
Córdoba, en la Corte y aún por toda España, llena de tantos odios como de
reconocimientos.
Retrato
de don Luis de Góngora, pintado por Velázquez en 1622, considerado el original
de sus retratos, desde 1931 se encuentra en el Museum of Fine Arts de Boston
Había
nacido en la capital cordobesa el día 11 de julio de 1561, bautizado al día
siguiente en la Catedral, siendo hijo de don Francisco de Argote y de doña Leonor
de Góngora. Estos pertenecían a la más notable oligarquía cordobesa de tiempos
de la Reconquista, aunque si bien con una ascendencia familiar materna con fama
de conversa –hoy ya demostrada- que le granjeó no pocas maledicencias durante
su vida. Su parentela se enmarca, pues, dentro del patriciado urbano que
gobernaba la ciudad y el cabildo catedralicio a finales del siglo XVI, siendo
don Luis hermano, primo y tío de canónigos, regidores, caballeros y señores.
Aunque tuvo cuatro hermanos, sólo tres llegaron a edad adulta: doña Francisca
de Argote, casada con el veinticuatro don Gonzalo de Saavedra; doña María Ponce
de León, casada con su pariente don Juan de Argote y de los Ríos; y don Juan de
Góngora y Argote, casado con doña Beatriz Carrillo de los Ríos, por donde
continuará la casa.
Firma
de don Luis de Góngora, encontrada en numerosos documentos de archivo,
protocolos, cartas y manuscritos
En
1575, con 14 años, el joven Luis se encamina a la carrera eclesiástica, en una
política familiar realmente anómala ya que él era el varón primogénito de sus
padres. Al año siguiente marcha a estudiar a Salamanca donde cursó cánones
hasta 1581 donde, en 1580, escribirá el primer poema de que tenemos noticia.
Regresado a Córdoba, en febrero de 1585 ingresa como racionero en la Catedral
gracias a las influencias familiares, que luego el también reproducirá con sus
parientes, sobre todo con sus once sobrinos carnales nacidos de los matrimonios
de sus hermanos Francisca y Juan. Su función como sacerdote dentro del Cabildo
catedralicio marcaría a partir de entonces su vida; una vida a la que, no
obstante, parecía no acostumbrarse como testimonia la multitud de llamadas al
orden que el obispo y el Cabildo le hacen llegar por su quehacer poco ejemplar
durante las fiestas y ceremonias.
Portada
del Manuscrito Chacón, primigenia recopilación y edición de sus obras
Comisionado
en multitud de asuntos por la Catedral cordobesa, viajará a menudo por toda la
geografía española (Madrid, Burgos, Alcalá, Álava, Pamplona, Pontevedra,
Granada…) hasta que 1611 reparte sus prebendas entre sus sobrinos sin renunciar
a su honor de capitular de la Catedral, mientras arrienda para su residencia en
Córdoba unas casas en la plaza de la Trinidad de por vida y se enfoca en
escribir. En lo sucesivo verán la luz sus más afamadas obras, como Fábula de Polifemo y Galatea (1612), Soledades (1613) o Las firmezas de Isabela (1613).
Poema
dedicado a Córdoba, datado en 1585.
Tras la dolorosa muerte de su
hermano, en 1617 entiende que ha caído sobre él la responsabilidad familiar y
emprende una mudanza a la Corte para quedarse allí por tiempo indefinido. Allí,
en el Madrid de Felipe III, conseguirá la merced de capellán de Su Majestad
avalado por la celebridad que ya han alcanzado sus escritos en toda España. No
obstante, su objetivo era claro: conseguir posicionar a sus sobrinos y
allegados lo más alto posible. Y en ello comenzó a gastar mucha más fortuna de
lo que la liquidez de los tiempos le permitía, más aún en una vida de Corte
volátil y llena de suspicacias políticas. Será además la época de sus afamadas
rivalidades con otros escritores coetáneos, la más conocida de todas la mantenida
con el otro gran pluma español, don Francisco de Quevedo.
Urna
que contiene los restos mortales de don Luis de Góngora, en la capilla y
panteón familiar de los Góngora en la Santa Iglesia Catedral, con una lauda
sepulcral latina escrita en 1864 por don Luis María Ramírez y de las Casas Deza
Con
la entronización de Felipe IV en 1621 y el advenimiento del conde-duque de
Olivares su suerte cambió a mejor, y comenzó a conseguir sus objetivos. Logró obtener
dos hábitos de caballero de Santiago para sus sobrinos así como ventajosos
matrimonios, pero las noticias de sus cartas revelan que a las alturas de 1625
ha de vender incluso enseres personales para poder comer. Una mentalidad
aquella donde honor y ruina iban a menudo de la mano. En 1626 sufre una
apoplejía que lo deja totalmente dependiente y ha de dictar testamento ante el
temor de no ver ya jamás su Córdoba natal. Pero mejoró lo suficiente para
volver a casa, a su vivienda arrendada hacía lustros en la plaza de la
Trinidad, donde, como se ha dicho, le vino la muerte el 23 de mayo del año
siguiente. Fue enterrado donde le correspondía por derecho familiar, en la
capilla de San Bartolomé de la Santa Iglesia Catedral, donde reposan aún hoy
gran parte de sus deudos.
Estatua
de don Luis de Góngora ubicada en la plaza de la Trinidad, obra de Amadeo Ruiz
Olmos, inaugurada el 23 de mayo de 1967
Nótese
la curiosidad de que Góngora no vio editada ninguna obra suya en vida, sino que
sus letras y poemas se difundieron copiadas a mano, de corrillo en corrillo y
de plaza en plaza. A pesar de ello, en el mismo año de su muerte ya encontramos
fiables recopilaciones de toda su producción lírica, siendo el mayor exponente
de ello el Manuscrito Chacón. Su obra se divide en poemas mayores y menores,
así como tres piezas teatrales.
Placa
que conmemora la dedicación del Instituto de Enseñanza Media al genial poeta,
en su patio central
Su
prestigio le pervivió años tras su muerte, y sobre todo con las primeras
publicaciones impresas de sus obras, pero a finales de siglo su memoria fue diluyéndose
paulatinamente. Habrá que esperar al siglo XIX para que su patria chica
comenzara a recuperar su memoria, con el establecimiento de su nombre al
Instituto Provincial en 1847, y ya en 1862 con la nomenclatura de una calle de
la collación de San Miguel en recuerdo de la familia de los Góngora. No
obstante, el mayor tributo contemporáneo a don Luis le llegó en 1927, durante
el homenaje organizado por José María Romero Martínez en el Ateneo de Sevilla
por el tercer centenario de su muerte y en el que participó un gran número de
poetas luego aglutinados bajo la “Generación del 27”. En 1932 la ciudad le
dedicaba el nombre del Cine Góngora, sobre el solar del antiguo convento de
Jesús y María, y el 23 de mayo de 1967, 340 años después de su muerte, el
Ayuntamiento ubicada en la plaza que lo despidió del Mundo una estatua en su
memoria. En la actualidad una taberna, una hospedería, unas bodegas o un café
recuerdan con su nombre la inmortalidad de este príncipe de las letras
españolas.
Inscripción
que recuerda el día y el lugar de su muerte en la casa en que murió, hoy
completamente renovada
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